Alumnos del CENS hacen un audio cuento para alumnos de 1er. grado

18 julio, 2019

Alumnos del CENS hacen un audio cuento para alumnos de 1er. grado

En el marco de un proyecto de Participación Comunitaria que se realiza todos los años con los alumnos de 3er. año del CENS, en esta oportunidad escogieron realizar un audio cuento para los alumnos de 1er. grado de la Escuela Nº 11.

Lo llevaron a cabo con dos materias, lo que es comunicación de la mano de Marina Andreasen y el tema de solidaridad y cuidado de la naturaleza con Brenda Alí.
Primero se grabó el cuento y por otro los diferentes sonidos que recrearon, salvo el de los animales que no son propios, para luego realizar la edición.
La alumna del CENS Fabiana Schmidt nos cuenta que la idea era que dejara alguna enseñanza, un aprendizaje y realmente los sorprendió porque luego de escucharlo les realizaron preguntas y los niños supieron responderlas, estuvieron atentos y sobre el mismo luego realizaron dibujos definiendo posturas de las acciones que estaban bien y de las que no.

El cuento:
LAS TRAVESURAS DE FELIPE
Era un día de mucho viento. Felipe caminaba distraído por Claromecó, con las manos en los bolsillos y pateando las piedritas de las calles de tierra, observándolo todo y sin saber qué hacer.
De repente, se encontró con la entrada de un lugar: 2 tranqueras abiertas de par en par, a los lados dos paredones con dibujos coloridos, y un gran cartel que indicaba que aquello era la “ESTACIÓN FORESTAL” – lo que nosotros conocemos como “El vivero”.
Más allá de la entrada podía verse una gran arboleda y un montón de caminitos que parecía jugar a encontrarse y perderse. “Voy a entrar”, pensó, y se metió por un camino de tierra, rodeado de lomas verdes y arbustos que se sacudían con el viento.
Mientras caminaba, tomó el último sorbo que le quedaba de gaseosa y tiró la lata aun costado.
“Qué lugar aburrido”, pensó. “No hay nadie acá, no hay nada para hacer…”. En eso, vió un gran tronco arrugado que estaba tirado en el suelo, y decidió sentarse. Estaba acalorado de tanta caminata, y en ese lugar, la sombra de un pino gigante fué una buena elección para descansar un rato.
Se entretuvo un poco rompiendo unas piñas. Después sacó una bolsa de caramelos, y mientras los comía, iba tirando los papeles, y se quedaba mirando como el viento los arrastraba por el pasto, junto con las hojas secas. Luego de unos minutos se puso de pie, se sacudió la pinocha de la ropa, y, cuando levantó la vista observó un cartel que decía: “NO ARROJAR BASURA”.
Felipe suspiró: “¡Ahora me lo vienen a decir!”. Intentó agarrar algunos papeles que todavía estaban cerca, pero se distrajo con unas piedras. ¿Y si practico un poco de puntería?, se preguntó, y en seguida no más se olvidó de los papales, agarró la piedra y miró a su alredor: En la rama de un árbol había un nido ¡Era justo lo que necesitaba!
Con todas sus fuerzas arrojó la piedra y logró tirar el nido, que se rompió al tocar el suelo.
Contento, con su pequeña hazaña, Felipe siguió su camino explorando el Vivero, hasta que se cruzó con una chica, que venía sonriente en sentido contrario. Ella era pequeña y robusta, tenía la piel color café y unos ojos muy grandes y muy negros.
-¡Hola! Lo saludó, ni bien se cruzaron. Y Felipe le preguntó la hora.
-Son las siete menos cuarto, respondió la chica.
-¡Uhhh! ¡Qué tarde se me hizo! Dijo Felipe, agarrándose la frente. Y en seguida no más salió corriendo para volver a su casa.
La chica se llamaba Julia. Vivía en Claromecó desde que era una bebé, y amaba el vivero, lo llamaba “El bosque”, y decía que era su lugar favorito.
Ella siguió caminando y se encontró con un nido tirado. Se acercó, sorprendida, y exclamó: ¡Pobres pajaritos, se quedaron sin casita!
Alzó en nido del suelo, lo arregló y lo devolvió al árbol.
Siguiendo por su camino se encontró con un montón de papelitos que rodaban por el pasto, empujados por el viento. Otros papeles temblaban, atascados entre la pinocha, las ramas o las hojas secas.
Uno a uno, Julia los fue juntando y guardando en sus bolsillos.
Enojada, descubrió también una lata abollada en el suelo. La recogió y la tiró en el tacho de residuos, junto con los papeles.
-¿Cómo alguien puede actuar así? ¿Qué se piensan, que en el Vivero no hay nadie, que no hay nada?
Acá viven un montón de animalitos:
El búho, siempre observando todo a su alrededor.
El puma, caminante sigiloso.
El tucu-tucu, cavador de túneles subterráneos, arquitecto misterioso.
La liebre, saltarina de un lado a otro como silvestre bailarina.
El gato montés, trepador de árboles, oscuro como la noche.
Las palomas, constructoras de nidos, madres de pichones.
Los cauquenes, pajaritos viajeros que nos visitan al paso.
Los horneros, trabajadores pacientes que hacen sus casitas con barro.
Los zorros, astutos y escurridizos.
¡Y cuántos otros animales en la laguna!
Aunque no veamos a todos los animalitos que nombramos, ellos viven cerca nuestro. En el vivero y otros espacios naturales tienen sus familias y sus casas.
Tenemos que aprender a convivir y respetarlos, porque la naturaleza no es sólo nuestra. Es de todos.