Dislexia: cuando la falta de comprensión es de los otros

Como madre, siempre queremos lo mejor para nuestros hijos, que les vaya bien, que triunfen, que consigan todo lo que se propongan. Recuerdo cuando mi hija empezó la primaria, su delantal blanco; impecable, su mochila con sus cuadernos con muchas expectativas de que las letras naveguen en él. De a poquito fue reconociendo algunas letras y estaba tan feliz de que se acercaban sus primeras escrituras, lecturas. Respete sus tiempos, su ritmo y valore cada avance, por más chiquito que fuera y así llego segundo grado y su crecimiento no se hizo esperar, iba feliz a la escuela y su sonrisa lo decía cada día al levarla e irla a buscar. Me sentaba con ella para hacer los deberes y esa ayuda le daba seguridad. Llego tercero y su sonrisa se borró, salía de la escuela llorando, triste y sin ganas de volver. Llegó el primer boletín y los números fueron sus enemigos todo el año.
Nos armamos de paciencia y las estrategias para lograr aprender se hicieron presentes, y logró pasar ese obstáculo. Pero hubo uno que no pudimos por más reuniones que hicimos; las burlas. Mi hija salía llorando de la escuela porque sus compañeros la llamaban “burra” porque le costaba leer. Así que en casa solo era practicar y practicar y no entendía por qué le costaba tanto. Llego un momento que me dijo “no entendés que es muy difícil para mí cámbiame de escuela Má”, “ yo ahí no tengo amigos” “ya no quiero ir a la escuela”. Ella lloraba, y yo lloraba con ella, y nos abrazamos tan fuerte que las dos nos transformamos en una . Pero llegó cuarto y nos encontramos con una seño que hizo todo el trabajo que no se había hecho antes y volví a confiar en esa escuela otra vez. La seño trabajo con mi hija de manera individual, le empezó a adaptar las evaluaciones y actividades, nos acompañó a ambas y mi hija volvió a recuperar esa sonrisa. Paralelamente empezó un tratamiento con una psicopedagoga que poco le sirvió así que lo interrumpimos después de un año y medio.
Finalmente, me propuse escuchar a mi hija, tarde lo sé, pero decidí cambiarla de escuela, pensé en una escuela para ella, que tuviera equipo, con docentes comprometidos con alumnos con dificultades, docentes como su seño de cuarto. Y así empezamos de nuevo, amigos nuevos. Y esos dos años fueron de avance, de confianza, de seguridad, sin miedos a equivocarse. Y su diploma fue el reconocimiento de todo su esfuerzo, de su sufrimiento, de los malos momentos, de los buenos, de intentarlo mil veces, de hacerse escuchar, valorar y de no detenerse.
Este año otro nivel esperaba por ella y los miedos volvieron. Por suerte retomamos el tratamiento Psicopedagógico que logro acompañarla todo el año. Y el diagnostico de mi hija fue aquel que se sospechó desde un principio, dislexia. ¿Qué es? ¿Por qué me tiene que pasar a mí? ¿Por qué no puedo leer y escribir como otros chicos? , fueron las preguntas que mi hija se hizo. Y las trabas en la secundaria se hicieron presentes una vez más. Pese a las sugerencias de la psicopedagoga, no tuvo actividades adaptadas, siguieron los dictados, se esperaban para ella los mismo tiempos que para el resto, cuando no los tiene, hubo profesores que le preguntaron a ella lo que es la dislexia y escrituras que ni fueron corregidas por que no las entendían. Yo me pregunto, ¿tan difícil es poder trabajar con aquel que aprende distinto?, si para vos profesor es difícil imagínate para ella, que aprende de una forma y la evalúan de otra, la miran como al resto como igual, cuando no lo es.
A mi hija le costó mucho entender que la dislexia la va acompañar toda su vida, le llevo burlas, frustraciones, lágrimas y por sobre todo hacerse fuerte para convencerse de que puede y de que lo va a lograr. Ahora solo falta que vos docente, profesor lo entiendas.
*Trata sobre lo que vivió y vive mi hija actualmente con su diagnóstico de dislexia. No hago mención de nombres, especialmente para no exponerla a ella”, explicó su madre en la nota enviada a LU 24.