Francisco Marcelo Amado pidió en una carta por el estado del edificio de La Previsión

Francisco Marcelo Amado escribió una nota en la que se refiere al inmueble de la ex aseguradora La Previsión. Le preocupa su estado actual, y cree que es necesario sumar fuerzas para exigir a las autoridades a que se haga algo antes de que sea demasiado tarde.
En la misma el letrado dice que “como tresarroyenses heredamos este patrimonio común y hay que defenderlo. Tanto del desgaste, de su descuido, de su pérdida irremediable, como de actos propios”.
En tanto que sostiene que “la propietaria puede hacer lo que quiera mientras respete aquellos límites que las características particulares del bien le imponen. Más cuando esos contornos son específicamente delimitados por la legislación”.
A continuación transcribimos la nota:
Salvémonos de la homogeneidad
Un lugar, se diferencia de un no-lugar, por sus notas o características individualizantes y singulares. Cuando se refiere a los segundos, se pone como ejemplo a los shoppings, los free-shops de los aeropuertos, a veces incluso a éstos últimos.
La pérdida de diversidad es una de las crisis a las que nos enfrentamos como consecuencia de la globalización. Esto, por cuanto el sistema en si mismo tiende a la homogeneidad. La cultura hegemónica, de la mano del capital empresario internacionalizado, atraviesa las fronteras con una rapidez que se resume en lo instantáneo.
Una persona puede ir a casi cualquier parte del mundo, y sabe que encontrará las mismas cosas. Establecimientos comerciales parecidos, más allá de diferencias coyunturales. Idénticas experiencias visuales, tanto que se puede hablar con una persona que vive en África o en Asia sobre “la vida” de Saul Goodman, Mrs. Maisel y Larry David. Análogas referencias artísticas, al punto que es seguro que, si se habla de Frida Kahlo, de Banksy o de Warhol, se sabrá que se comparte un bagaje. Los mismos conciertos se replican en las distintas latitudes, con un Jagger que baila con una bandera distinta en cada ocasión, amén de unas palabras atravesadas en el lenguaje local. Edificios y casas parecidas.
Intentar resistirse a lo dicho es, como poco, tratar de reparar un dique con un dedo. Una empresa revolucionaria que roza la utopía. El sincretismo es un fenómeno sociológico que explica buena parte de los elementos culturales a lo largo del planeta, y que de por sí, no es negativo. El intercambio puede ser provechoso siempre que se mantenga en la forma de un diálogo y no un discurso o monólogo. Así, ya no hace falta para hacer desaparecer una cultura (sus singularidades) el genocidio, la evangelización, la educación. Solo basta con desfinanciar, con ocultar, con saturar y vender.
La desidia, hoy en día, es el insumo básico de la globalización homogeneizante, de la tragedia ecológica donde los bienes culturales son solo una parte. Es suficiente con que las personas no hagamos nada para que suceda. Al tratarse la cultura de ese conjunto de bienes, de cosas, que “nos pertenecen” (aun cuando son adquiridas por privados), pero a la son de nadie (no podemos teóricamente apropiarnos de ella, excluir), es muy fácil desentenderse de su cuidado. Más si eso cuesta tiempo y dinero. O si que permanezcamos así es para alguien es lucrativo.
En un mundo individualista, pensado en términos de beneficios y costos, las ideas de colectivo, de comunidad, se derriten. Incluso el estado, como la institucionalidad comúnmente bastardeada de ese principio básico de unidad.
La posibilidad de que el sincretismo se torne colonización es alta si no hay conciencia de defender aquello que singulariza frente a otras culturas. Hay que pensar en términos solidarios y grupales, más allá de la baldosa propia. Implica ser conscientes y comprometerse. Asumir una concepción de conjunto, de casa común.
¿Qué singulariza a las personas? Una lengua, una serie de costumbres, de ritos, de comidas, de música, de historias, de tragedias. Estamos hechas de esas cosas, que nos explican, nos interpelan.
Ser de Argentina no se trata simplemente de usar la escarapela, enarbolar la bandera y cantar el himno con la camiseta del seleccionado. Ser tresarroyense no se resume a unas letras negras en el DNI o en la partida de nacimiento, un pabellón tricolor. Implica toda esa comunión a la que refiero.
Así, la ciudad es lo que es por sus habitantes, por lo que hacen, por sus actividades, por las construcciones y edificios, las fiestas, por los modismos lingüísticos, por referencias comunes, por sus espacios y recursos naturales.
¿Acaso Tres Arroyos sería lo mismo sin el parque cabañas, sin los médanos en las playas del distrito, sin los arroyos, sin los distintos espejos de agua, sin su flora y fauna? ¿Podría decirse que, si desapareciera la estación, las distintas iglesias, las bibliotecas, los clubes, las plazas, los silos, las escuelas, sería lo mismo?
Defender lo común, es también protegerse personalmente. Si bien no podemos explicarnos solo a través de lo local, tampoco podemos hacerlo sin ello. Si no tomamos conciencia de esto, pronto no conoceremos el lugar donde vivimos, ni siquiera quiénes somos. Como tresarroyenses heredamos este patrimonio común y hay que defenderlo. Tanto del desgaste, de su descuido, de su pérdida irremediable, como de actos propios.
Los bienes colectivos, si bien nos pertenecen, pueden tener una persona como dueña. Legalmente, esto es posible y compatible. Si bien parecería más razonable que permanezcan en manos del estado, esto no siempre es así (la confitería el molino y la casa sobre el arroyo no siempre estuvieron en manos públicas). La lógica distinta entre una órbita y otra es clara.
Ahora, poseer algo, no quiere decir que se pueda hacer lo que dé la gana. Menos, si ese bien lo trasciende, al ser parte de la comunidad. ¿Daría lo mismo que Constantini tire abajo el MALBA? ¿Que Lewis secara el Lago Escondido? Entonces, la propietaria puede hacer lo que quiera mientras respete aquellos límites que las características particulares del bien le imponen. Más cuando esos contornos son específicamente delimitados por la legislación.
Particularmente, quiero hablar de un bien que como tresarroyenses conocemos bien (lo dicho es aplicable a cualquiera de los bienes que gozan de las mismas características en la comunidad). La Previsión fue una cooperativa de seguros que funcionó en la ciudad desde principios del siglo XX hasta 1999. Su solo nombre evoca el inmueble de Betolaza y Moreno. Quizás no sabemos nada de su historia, pero podemos ubicarnos (espacialmente) rápido. No hay muchos inmuebles como ese localmente, podría decirse que es único. Generaciones de tresarroyenses hemos contemplado el edificio, incluso en funcionamiento. Se encuentra ni más ni menos frente a la Plaza San Martín.
Quebrada la compañía, el inmueble fue adquirido privadamente. Cualquiera que haya pasado en los últimos veinte años pudo ver las ventas de pirotecnia, ferias de ropa, una casa de electrodomésticos y algún otro emprendimiento. Eso está bien, las personas propietarias son libres de hacerlo.
Ahora, nadie puede decir que haya visto que el bien haya sido restaurado o de algún modo cuidado. Los cascotes se apilan sobre los árboles de la esquina. Las rajaduras, desprendimientos y algunas pintadas son postal repetida. Da miedo pasar por esa ubicación, aunque lo hayamos naturalizado. Sus poseedores piensan lo mismo: construyeron un alero sobre Betolaza.
El inmueble de La Previsión es, desde 2016, “Monumento Histórico Provincial” (por ley provincial 14.857). Esto supone una serie de cosas (conforme a la ley provincial 10.419): a) la declaración de utilidad pública para el caso de no se respeten las condiciones que el organismo provincial le imponga a las dueñas (art. 5); b) “la prohibición de la destrucción, deterioro, demolición, ampliación, reconstrucción o transformación en todo o en parte de los bienes a ellas sujetos sin previa autorización” (art. 6); c) los bienes con este estatus “estarán libres de cargas impositivas y no podrán ser intervenidos en todo o en parte, ni ser vendidos, transferidos, gravados, hipotecados o enajenados, sin intervención y aprobación” (art. 12); d) “En el supuesto que la conservación y/o preservación del bien implicase limitación de dominio, el Poder Ejecutivo [provincial] indemnizará al propietario”; y e) las propietarias del bien “estará[n] obligado[as] a permitir la intervención de la autoridad competente en los casos previstos en la presente Ley, en aras del interés público”.
Por su parte, el municipio mediante ordenanzas n° 4811 y 4742 han otorgado al inmueble una protección similar a la provincial, la cual surge no solo del texto de las citadas, sino también de la ordenanza n° 5759 (que regula “el patrimonio cultural de los tresarroyenses”). Se limita las acciones que las propietarias puede realizar sobre el edificio, sujetándolas a autorización, y se prevé la posibilidad de otorgar exenciones tributarias.
Es evidente, que la propietaria, ni el municipio, ni la provincia han observado las normas que acabo de mencionar (que son la derivación de otras de mayor jerarquía legal). En el primer caso, puede decirse que es obvio, porque cumplir con las obligaciones legales resulta antieconómico y no tiene motivo alguno para hacerlo por sí. En cuanto a ambos estados, se trata de la desidia común a estas temáticas. Siempre es problemático y antipático hacer cumplir a la normativa, más en estos casos donde no hay una preocupación generalizada (o solo aparece cuando es muy tarde).
Ambas normativas que cito prevén mecanismos específicos para hacer cumplir las obligaciones, pero es claro que no han sido utilizadas. De hecho, la ordenanza n° 5759 prevé una comisión encargada de la temática que ya no existe. Es urgente, por el estado actual del edificio, que los estados municipal y provincial tomen la intervención que amerita el caso.
Hay habitantes que se preocupan por estas cuestiones, y que lo han hecho en relación al ex inmueble de La Previsión, pero eso solo no basta. En cuestiones como estas, las mayorías son decisivas. Y si el funcionariado actual, quienes nos representan, no recuerda a quiénes sirven, tenemos que recordárselo. Si queremos preservar aquello que nos pertenece, es el momento de comprometerse. No perdamos la diversidad que nos hace diferentes al resto. Salvémonos de la homogeneidad.
Si esto te preocupa como a mí, si te parece importante, te propongo unir fuerzas. Mi correo electrónico es [email protected]