La leyenda de “Chacho”

“La vida es como una leyenda: no importa que sea larga, sino que esté bien narrada”.
La cita corresponde al escritor romano Lucio Séneca y fue pronunciada antes de Cristo, pero se ajusta perfectamente a esta ocasión para evocar a “Chacho” Colantonio.
En horas más, en coincidencia con la celebración del Día de la Tradición, el 10 de noviembre, se realizará un merecido homenaje a Juan Ramón Colantonio a quien artísticamente se lo conoció como Juan Ramón Santos.
El apodo de “Chacho” al que respondía en el trato diario, le fue impuesto quién sabe por qué cuando era chico. ¿Tendría algo que ver con el “Chacho” Peñaloza? No se sabe y no se sabrá nunca pues esa referencia quedó perdida en el tiempo.
La denominación artística, en cambio, le fue sugerida por un amigo personal cuando realizó algunas fotos promocionales en el Parque Cabañas.
Juan Ramón Colantonio ya se vislumbraba como una figura importante como recitador y mantenía una relación personal y laboral con el empresario Héctor Lamas.
Se acordó entonces una acción promocional con una serie de fotos auspiciadas por el negocio de Lamas, origen de la recordada “La Casa de la Chapa”. Fue el empresario que sugirió el apellido artístico de “Santos”. No se conoce el motivo de esa elección.
Respecto a la relación laboral, Colantonio que era un excelente tornero, se especializó en la ejecución de columnas de madera dura utilizadas para los porches de viviendas. En muchos lugares se pueden observar esos soportes artísticos.
Tenía un torno especial de dos metros de luz con los cuales realizaba trabajos realmente admirables. La comercialización la realizaba Lamas y su venta era muy atractiva.
La historia
El 25 de marzo de 1906 se registraba el nacimiento de Giovanni Colantonio en Casalanguida, provincia de Chieti, Italia, hijo de Patrizio y Carmela D’Addario.
Por entonces no se pensaba que 16 años después se produciría su decisión de viajar a América en busca de otros horizontes.
Con esa edad, Giovanni embarcó en Nápoles en el vapor Europa y se trasladó a la Argentina y recalaría finalmente en Tres Arroyos donde se desempeñaría como zapatero en calle Quintana 159.
El vapor italiano partió el 12 de diciembre de 1922 con un pasajero que viajó en tercera clase, y con escalas en los puertos de Dakar, Triscali, Río de Janeiro, Santos y Montevideo. La Dirección Nacional de Migraciones ubica su llegada a Buenos Aires el 4 de enero de 1923.
El joven inmigrante de 16 años, sabía leer y escribir, pero igualmente no se puede suponer que haya sido sencillo ubicarse en una tierra generosa pero desconocida.
Un hermano suyo, Arcángelo se radicó en Nueva York, calle 8 número 825, según se desprende de la correspondencia que los hermanos sostuvieron, siempre en idioma italiano.
Un tercer hermano también se trasladaría a América, pero solo Giovanni constituiría una familia y tuvo descendencia.
No se conoce con precisión los motivos por los cuales eligió a Tres Arroyos, pero lo cierto es que mantuvo su ciudadanía italiana.
Se casó con Adeva Margarita Flaviani, pero seguramente no imaginaban que uno de sus hijos sería una persona dotada de una habilidad poco común.
Juan Ramón sería un excelente tornero pero además un eximio recitador gauchesco reconocido en los mayores niveles y por figuras nacionales de ese arte tan especial.
Nació el 31 de agosto de 1934 y falleció el 31 de enero de 1999.
Tuvo una hermana y dos matrimonios, además de dos hijos, Juan Carlos y Daniela.
Paradojas de su trayectoria
Estuvo en numerosos escenarios y logró premios y reconocimientos importantes. También integró una nutrida delegación del arte folklórico tresarroyense compuesta por varios jóvenes entusiastas, algunos de los cuales continuarían con carreras exitosas.
Juan Ramón Santos incluyó en su repertorio poemas de reconocidos autores, como Víctor Abel Giménez y temas como “Un par de botas”, “Volvamos a ser novios”, “Don Plácido”, ”El linyera”, “La mujer infiel”, “La subasta”, “Un perro muerto”, y otros muchos.
De carácter afable, de amistades fáciles y propenso a participar en reuniones sociales de cualquier tipo, era animador permanente de esos encuentros que disfrutaba.
Solo, con su guitarra, su expresión en el rostro denotaba que los personajes se le hacían carne. Provocaba una reacción en la audiencia haciendo surgir los más profundos sentimientos.
Inexorablemente se observaban ojos con lágrimas que afloraban, en muchos casos de manera incontenible.
Entregaba sus interpretaciones sin contraprestación alguna, solo por placer como si no valorara la dimensión de su arte.
Y esa es quizás la mayor paradoja de su vida como recitador, pues no quiso o no pudo dejar un testimonio profesional. Creo que nunca lo consideró.
Es una situación rara. Producida su desaparición física, quienes lo conocíamos bien, intentamos recopilar lo que se pudiera de sus interpretaciones.
No fue un trabajo sencillo, y mucho menos perfecto.
Casi olvidado en algún cajón, se pudo encontrar un viejo casete. Contenía una grabación de una fiesta familiar realizada seguramente con un aparato del montón, colocado como al descuido sobre una mesa u otro mueble del lugar.
La calidad inferior no impedía escuchar, sin embargo, alguna interpretación de “Chacho”.
Algún otro tema aislado, registrado de la misma manera, permitió completar una pequeña selección. Fue todo lo que quedó. Lamentablemente.
En la memoria de quienes lo escuchamos, se han perdido interpretaciones geniales de numerosos temas.
Es una pérdida irreparable, aunque siempre queda abierta la posibilidad que haya algún registro que no se ha podido detectar todavía.
Además, un incendio destruyó buena parte de los testimonios de participaciones y premios, sobreviviendo solo algunas certificaciones, algunas de las cuales incorporo en esta reseña.
Podría decirse, sin temor a equivocación, que fue tal su talento que le permitió ser exitoso aún a pesar suyo.
Es plausible la feliz iniciativa de Luis Barrionuevo y Daniel Ascorti, con el apoyo municipal, de plasmar en una placa colocada en la casa en que viviera gran parte de su vida, un merecido homenaje y reconocimiento.
Debe acotarse que sus últimos años los pasó en Adolfo G. Chaves en cuyo cementerio descansan los restos de Juan Ramón Santos.
Inédito
Quizás como una referencia póstuma, “Chacho” escribiría unas estrofas referidas al pescador.
Recuerdo claramente que era tiempo de uno de los concursos de las “24 Horas de la Corvina Negra” y me dijo que algo había escrito. Me lo mostró y se lo pedí para publicarlo en un periódico que por entonces yo editaba, lo que ocurrió efectivamente en enero de 1989.
El trabajo no estaba “pulido” todavía, y nunca lo interpretaría. Acompaño este texto con una reproducción de ese trabajo.
Por Omar Eduardo Alonso
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