La mujer fantasmagórica de la ruta chavense

30 junio, 2019

La mujer fantasmagórica de la ruta chavense

Los hechos de esta narración ocurrieron presuntamente en el empalme de la ruta provincial 75 y la ruta nacional 3. Sus protagonistas fueron Gonzalo y Carolina Márquez, matrimonio oriundo del Departamento Monteros, provincia de Tucumán, actualmente residentes en Río Tercero, Córdoba; quienes visitando la provincia de Buenos Aires por cuestiones familiares, salían de la localidad de Adolfo Gonzales Chaves, en julio de 2014. Ambos profesionales de la salud, el traumatólogo y ella pediatra, brindaron un testimonio escalofriante.
Es en tierras chavenses, donde el avistamiento de una entidad particular, munida de una infinidad de matices macabros, ha instalado miedo en los lugareños.
Saliendo de la ciudad de Gonzales Chaves, la noche del 17 de julio de 2014, el matrimonio protagonista, ajeno a las creencias y supersticiones a las que haremos referencia, se dirigía a Bahía Blanca. Habían querido viajar sobre la medianoche, y la llovizna incipiente estaba trocándose en tormenta fuerte.
Carolina, la esposa, notó a la vera del camino, lo que comentó con su marido como algo muy extraño: “Le dije que no llegaba a ver bien, pero que me parecía que algo ‘claro’ se movía a la par del auto, entre la maleza. A Gonzalo le también le pareció muy raro, y durante unos minutos, antes de la rotonda hacia la ruta 3, le perdimos el rastro. Preparé mate con el agua que quedaba en el termo, y seguimos charlando”.
Aún en situación de clima desfavorable se abrió un claro en el camino, y la luna comenzó a iluminar en alto.
Visiblemente impresionado fue ahora Gonzalo, el marido, el que reparó en la figura horrible que los seguía. Una persona, claramente una mujer, corría a la par del auto, a tan sólo cuarenta o cincuenta metros del vehículo.
La piel translúcida e incandescente enmarcaba un cuerpo lánguido, fibroso y selenita. Enajenada y ensombrecida, parecía ir acercándose a la ventanilla del auto, como si además de poder desplazarse a la misma velocidad de la Partner, pudiera incluso redoblar esfuerzo y pretender pegarse al vehículo.
Carolina intentaba levantar el celular para grabarla, pero una interferencia persistente hacía que la pantalla se tiñese de descargas erráticas. “Acelerá Gonzalo por Dios!”, recuerda haber dicho la esposa, con visible temor.
Gonzalo descubrió con horror, hacia su derecha, la aparición: “Yo no te puedo explicar –revive el médico– pero para describirla claramente debo decir que era una mujer muy alta, de pelo suelto y abundante, con una especie de vestido roto, gris o blanco, posiblemente corto o hecho jirones, porque podíamos ver las piernas. Corría enajenada a la par, lo que es imposible porque en un momento miramos el marcador de velocidad… y superábamos los 80 km”. El testimonio de su mujer no es menos impresionable: “me quedó grabado que, tanto los brazos como las piernas, eran muy largas, y realmente impresionaba verla moverse como lo hacía; porque parecía que los miembros los tuviese dislocados, casi con comportamiento errático”.
Gonzalo recuerda que su pie resbaló sobre el acelerador provocando un tironeo. A treinta metros a la derecha de la ventanilla de Carolina, y a la misma velocidad del auto, un cuerpo antropomorfo, aparentemente de mujer, desarticulado y cadavérico, corría salvaje mirándolos. Carolina, desesperada, rompió en llanto y tomó con fuerza e instintivamente el volante.
-¡Nos vas a matar!- habría gritado Gonzalo, mientras alcanzaba a ver con el rabillo del ojo, como la figura pasaba grotescamente por encima de un arbusto que estaba en su camino.
Entre los reflejos de la luna y las luces que bailoteaban urticantemente, el médico llegó a divisar el salto imposible; la mujer caía trastabillando y seguía su derrotero con vehemencia. Frente a una arboleda pronunciada y con el astro nocturno de frente, reinante en el cenit de la tormenta, el paisaje parecía más agreste y propicio para el infierno.
Se iluminó el cielo con la fatalidad que antecede al trueno y comenzó a llover violentamente. Un búho, o alguna alimaña nocturna sin mucha definición, chocó contra el parabrisas astillándolo. De repente, parecía que todo el universo conspiraba en contra del matrimonio.
“Hay momentos, muy pocos –refiere Carolina– en el que uno se mira y cree que lo que está pasando no es real, sin embargo no deja de reconocer la fatalidad de que quizás sea el fin de todo. Eso sentimos con Gonzalo, nunca tuvimos tanto miedo”. El golpe y la sorpresa causaron el irremediable volantazo de Gonzalo, el giro del vehículo, el freno abrupto sobre la grava del camino, los aces de luz escudriñando la nada, la lluvia infranqueable y el terror del silencio.
“Sentimos que quedamos suspendidos, nos miramos al ver que estábamos bien, sin golpes, nada más aturdidos y nos abrazamos entre lágrimas” y entonces apareció. Frente a ellos, la vieron. Salió desde el éter, disparada como un sueño olvidado. Estaba lejos, sin embargo podían verle los dientes, enardecidos, desfigurados, acentuando una mueca que seguramente, era una sombra de la sonrisa que tuvo en vida.
Comenzó a acercarse lentamente; el parabrisas astillado y la lluvia copiosa no impedían que la divisasen, siniestra, lenta, bañada por los faros cegadores y las estocadas finas de la tempestad. A diez metros del auto se detuvo, podían verla perfectamente: un brazo pendía como muerto, el otro lo elevaba en dirección al auto, en una mano que parecía una garra amenazante, deforme, que los apuntaba temblorosa. El rostro innenarrable desencajó la mandíbula y oyeron un alarido desgarrador.
Comenzó a correr hacia ellos.
Desesperados, quebrados espiritualmente, gritaron abrazados presa del desconsuelo.
Luego, el desmayo y la nada.
“Nos despertamos de golpe, cegados por una luz azul y giratoria. La ‘caminera’, que es como la llamamos allá en el norte, apareció de golpe. Un policía se acercó a la ventanilla, bajo la lluvia… y no podíamos ni hablarle”. Intempestivamente, las luces de un patrullero llenaron la noche. Un policía los alumbró con la linterna y no pareció sorprenderse. Se alejó de la ventanilla, sin necesitar haberles preguntado nada…
-¡Robledo!- le dijo a su compañero que estaba en el móvil, resguardado de la lluvia. -Avisá por favor al hospital, tenemos dos en estado de shock… vieron a La Corredora…
Cuenta la leyenda que se pierde en la noche de los tiempos; que en la década del 40, tras una discusión conyugal inmanejable, un hombre lanzó del auto a su mujer en esos caminos. Sobreviviendo a la caída, la dama se levantó e intentó correr el vehículo familiar, habiendo sido víctima de un conductor que cruzaba por el mismo sitio, el cual no atinó a frenar a tiempo y acabó con la vida de la fémina.
Desde hace ochenta años, en algunos caminos vecinales de Chaves, se cuentan las apariciones de “La corredora”, espectro vengativo y desesperado que, según algunos lugareños que no quisieron identificarse, atacaría a quienes transitan por la senda de su muerte.
En 1986, los sacerdotes Claudio Roldán y Juan Carlos Matucci, aseguran haber vivido una experiencia similar; Karen y Laudino Vieyra, quienes se dirigían a Necochea, cuentan que la divisaron de lejos, y que los habría “acompañado” en gran parte del viaje.
Como fuere, el accidente no figura en los anales de los poblados lindantes.
Carreteras, testimonios imprecisos, oscuridades impensadas y testigos atónitos, condimentos de una leyenda rural, urbana y fantástica sobre la presunta mujer fantasmagórica, que digan lo que digan aún hoy, sigue apareciendo.

Fuente: La Nueva.