Límites… ¿Por qué cuesta tanto decir que no?

¿No les ha pasado en su vida cotidiana que un familiar o un amigo te pide que hagas algo, que sabes que te va a complicar la dinámica del día, pero lo terminas haciendo igual porque no pudiste decir que no? ¿O que te inviten a un lugar, donde sabes que no la vas a pasar bien, pero terminas yendo igual?
¿Pensaste cuántas actitudes de las personas que te rodean te lastiman, o te gustaría que fueran de otra manera, pero te da miedo decírselo?
El tema que preparé para ustedes hoy tiene que ver con los límites y con la cantidad de veces que decimos sí, pero en realidad queremos decir que no. Pensando siempre en los vínculos o relaciones que son significativas para nosotros.
En la cabeza de la mayoría de las personas, poner límites viene asociado al conflicto, como algo negativo. En general eso sucede por una cuestión de tiempo. Sostenemos demasiado tiempo aquello que no nos gusta, aquello que queremos cambiar, que cuando logramos comunicarlo, nos sale abruptamente, en momentos incómodos, hasta tal vez de forma violenta.
Es importante saber que se puede poner límites de forma amorosa, podemos comunicar lo que nos pasa desde el respeto hacia el otro y hacia nosotros mismos.
Poner límites nos cuesta tanto porque existe el miedo a que la otra persona se ofenda, entonces se resigna lo que a mí me pasa, lo que yo siento, por miedo a la reacción de esa persona. Muchas personas cuando reciben el límite piensan que cambiaste, que antes eras diferente. Esto, en un punto, es real. Porque venían vinculándose de una determinada manera, y una de las dos partes pone un freno y piensa en cambiar esa forma. La persona que se ofende es aquella que, de algún modo, tal vez inconsciente, gozaba de esa forma de vincularse. Es lógico, que el límite desestructure, movilice, incomode.
El límite es bueno para las dos personas, tanto para el que lo pone como para el que lo recibe. Marca un camino en las relaciones, una guía, por dónde si y por donde no. El otro no tiene por qué saber que algo nos molesta, si no lo podemos comunicar. El límite cuando llega genera un cambio siempre. Por qué una vez comunicado, el otro no sé puede excusar de que no sabía que tal acción molestaba. No hay vuelta atrás. Ahí es cuando hay que replantearse el sostenimiento de ese vínculo. Porque si ya pudimos comunicar lo que sentíamos y esa situación sigue sucediendo, somos nosotros los que tenemos que pensar en la opción de tomar distancia.
También, para concluir, es importante pensar a quien le pongo límites. Los límites se ponen a los vínculos que son importantes para mí, a los que quiero seguir sosteniendo en mi vida, o a las personas que veo a diario cuyas actitudes generan malestar en mí. Por suerte tenemos la posibilidad de elegir con quién queremos vincularnos.
Segmento “Mente Abierta”. Lic. en Psicología Anahí Peetoom, MP N°40268.
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