Opinión: Dónde estamos y a dónde pretendemos llegar

31 agosto, 2020

Opinión: Dónde estamos y a dónde pretendemos llegar

Los casos de Coronavirus positivos en el partido de Tres Arroyos, en el transcurso de la última semana, nos están marcando la cancha.

Comenzaron a aparecer cómo tímidamente, con uno que nos sorprendió el domingo anterior. Y se multiplicó por 20 en siete días.

No es una isla Tres Arroyos y ha sufrido el desbande de todo el interior de la Provincia de Buenos Aires. Ese incremento de casos no es patrimonio nuestro, sino que sucede en muchos distritos bonaerenses, coincidentemente desde hace 7 días, en consonancia con la detección del primero en nuestro ámbito.

Sabido es que las autoridades sanitarias bonaerenses han detectado este presente y se ha puesto el ojo ahora en los partidos que no son los del conurbano, donde está el foco más grande de toda la Argentina junto con la ciudad autónoma de Buenos Aires.

El Gobernador habló por video conferencia con más de 80 intendentes, entre ellos el nuestro, la semana pasada, y cada uno pudo plantear el presente sanitario en su distrito.

Axel Kicillof dejó transparentar que la cuestión en el Gran Buenos Aires y distritos del conurbano estaría estable. Y el brote se desató ahora en el interior bonaerense, dando tranquilidad que si es necesario y los recursos se agotan en partidos como el nuestro, hay estructura suficiente para asistir, inclusive podrían realizarse, si la necesidad lo exige, traslados por vía aérea.

Lo que sucede, es que el presente comparado con el inicio del brote en la Argentina hace seis meses es distinto.

Se ha adquirido experiencia. Hay menos miedo. Sabemos más.

Conocemos más detalles. Aprendimos a cuidarnos y se ha descubierto que no todos los casos ameritan la internación del paciente, pasando muchos de ellos el aislamiento y la recuperación en sus propios domicilios, generando un bloqueo que incluye a sus familiares directos.

Ya no hay pánico y aunque en los hechos pareciera que no fuera así, aprendimos a cuidarnos sin que nos adviertan tanto. Ya sabemos. Ya conocemos qué está bien, y que no está tan bien. hubo una prédica constante hace dos meses solicitando que se permitan llevar adelante ciertas actividades, sean estas empresariales, culturales o deportivas.

El presente es diferente. Se abrió la gastronomía con protocolo concertado entre las partes, y todavía al público le cuesta salir. Se dan dos situaciones: por un lado, estamos algo asustados. Y preferimos evitar estar cerca de otras personas que no conocemos, que no sabemos dónde trabajan, cuál es su medio de desarrollo de actividades, con quiénes conviven y en qué ámbito se mueven. Y por otro, no hay plata.

Por tal razón no fue una explosión. Se retornó despacio, sin demasiado entusiasmo. Lentamente.

Hay ciertos permisos que muchos coinciden en que está bien y otros disienten.

Hubo elogios y críticas por el tema del autocine. Pero el público sabe qué es lo que tiene que hacer. Y si se hizo, es porque debe haber un estudio minucioso que anima a las autoridades sanitarias a decir sí.

Hay restaurantes y confiterías que tienen un perfil orientado a los más jóvenes. Se pensaba que iban a explotar cuando abrieran. Pero no fue así. Trabajan muy bien, pero no con el ritmo esperado.

Si bien el horario marcado es hasta las 2 de la madrugada, los viernes y sábados, alguien ha guiñado el ojo para que a las 2 cierren las puertas y no permitan más ingreso, pero los que están dentro de los locales, pueden hacerlo hasta que lo deseen. Inclusive desfrutando de buena música y practicando “el baile del barbijo” hasta la madrugada.

De ahí la bronca de los que organizan y organizaron fiestas íntimas o familiares que por el DNU presidencial no pueden hacerlo y no encuentran cuál es la diferencia de 20 personas en una casa, contra 100 en un lugar público.

Tal vez será una modalidad a la que tendremos que ir habituándonos.

Y otra razón de la menor circulación es la falta de disponibilidad dineraria para “salir de fiesta todas las noches”. No hay abundancia. Estamos con lo justo. Cada vez cuesta más el sustento. Son decenas y decenas los comercios de diferentes rubros que han cerrado en Tres Arroyos porque no aguantaron el sogazo. La crisis aprieta. No nos sobra nada. Por el contrario, hay carencias.

Mientras parte de la sociedad se debate en salir o no salir, en ir al restaurante o confitería o no ir, hay un segmento, aunque no es mayoritario, que no sabe qué va a comer este medio día, quién lo va a ayudar, o si en la escuela o jardincito de sus hijos les darán hoy la vianda.

Por esas razones, el presente transita por dos avenidas. Por un lado, la salud, el cuidado, la protección del personal hospitalario, la existencia de todos los elementos para hacerle frente a los casos que van apareciendo. El recurso humano necesario para poder sortear día a día los imprevistos. Y por ahora, todo va bien y esperemos que siga así.

Un tema que causó cierto impacto en las últimas horas fue la reapertura del ingreso de personas, caminando o en bicicleta al Parque Cabañas. No motorizados. Ni autos ni motos.  Y parece que fue bien, con cierto grado de resistencia a aceptarlo a través de las opiniones mediante la redes sociales.

Estamos ya adultos con el presente que nos toca transitar. Cada uno de nosotros conoce bien los límites. Pero el hecho que mucha gente está en sus casas y tiene todo el tiempo del mundo para opinar, a veces de manera rápida, despectiva, atacando a funcionarios y no funcionarios, con términos inadecuados y hasta incoherentes, son detractores de todo. Y cuando digo de todo, digo de todo. Las redes sociales favorecen a ello. Los que lo hacen desde sus sitios “verdaderos”, escriben con más prudencia. Mientras que quienes dan su opinión a partir de perfiles inexistentes, “truchos”, son fuertes en sus conceptos y poco les importa a quienes afectan.

Hay una depuración por naturaleza. Estamos aprendiendo. El mensaje “obligatorio” del Estado, es como un susurro. Ya tenemos cancha como para dirimirlo nosotros mismos. Y esa decantación la vemos con el tema del ingreso al Parque Cabañas, no fue una concurrencia explosiva. La gente quiere estar en el auto y se queda afuera, a lo largo de la avenida Libertad y el Camino de Cintura.

Y el pueblo se queja de muchas cosas y con razón, al margen de lo que puede hacer y no puede hacer con la pandemia de por medio.

La incontrolable situación de ruidos molestos las noches especialmente de viernes y sábados, en las avenidas perimetrales y camino de cintura, hace insoportable en algunos casos conciliar el sueño. Y hay quienes lo necesitan porque por más que al día siguiente sea sábado o domingo, están los que trabajan esos días.

No hay soluciones mágicas y no habrá soluciones mágicas. No se pretende un enfrentamiento entre personas: los que trasgreden y los que tienen que controlar para que no sea así. No hace falta la violencia ni la acción represiva descontrolada para tratar de dar solución, de manera paulatina y haciendo entender de alguna forma, qué es lo que no se puede hacer.

Es factible iniciar un trabajo persuasivo, lento, constante, permanente, sin pausa. Tranquilo en las acciones.

Hacer ver que la ley dice que “eso no se puede hacer”. Que los que provocaren ruidos molestos serán pasiblen del secuestro del vehículo y el cobro de una abultada multa y hasta que no la pague, no lo podrá retirar. Y hacer un registro de reincidentes, aunque sea empezando mañana, de a uno por vez. Y evaluar cuál sería la sanción al que incurre en la falta por segunda vez o por tercera vez.

Seguro que estarán los que se enojan, los que protestarán, los que dicen que el derecho individual les asiste y que no entienden que su derecho termina donde empieza el de su vecino.

Es un trabajo que va a llevar tiempo, pero tendremos voluntad, coherencia, perseverancia, y si es posible un trato amigable para que los que se pasan de la raya, entren en razones.

No serán necesarias persecuciones ni acciones arriesgadas. Tal vez exista un camino transitable sin irritar a ninguna de las partes. Pero hay que buscar la manera de atenuar el efecto hacia los demás. Los vecinos estarán agradecidos.

Resumiendo: todos sabemos bien cuáles son nuestros límites. También estamos enterados hasta dónde podemos llegar y qué podemos hacer. La salida de la gente disminuyó desde que apareció el primer caso, hace una semana.

Esto quiere decir que entendemos, que sabemos, que conocemos de las consecuencias.

Que hay un segmento de la sociedad al que todo le chupa un huevo, también es cierto. Que están los que se relajaron bajo el lema “no va a pasar nada”, también. Que están los agoreros de siempre, no hay dudas.

Que minuto a minuto aparecen los opinólogos en las redes sociales con sus argumentos, con perfiles de humoristas, tratando con liviandad cosas serias, es también cierto.

Acá queda el único camino, de aunar voluntades. De ocuparnos cada uno de lo nuestro y de esa manera habrá un cerco ciudadano al virus. Acá no pasa por criticar a los retenes y quienes trabajan en él. Ya se está llegando al punto de agotamiento. Necesitamos que seamos nosotros mismo los retenes, evaluando el presente y actuando en consecuencia.

Y aflojemos con la politización. No nos debemos permitir hacer política con el coronavirus, sus consecuencias, y sus lados partícipes: enfermos y efectores de la salud. Técnicos y sabedores. Directores técnicos de futbol y ministros de economía hay en todas las esquinas. Ahora deberemos sumar expertos en pandemia.

El tema está en nuestras manos y en nuestra conciencia, y en un término que ha venido para quedarse en el vocabulario de todos los días. “Empatía”.